Hoy en la mañana, llegando a la plaza de Viña del Mar (Chile), un hombre entorpecía el paso expedito de quienes transitábamos por la vereda. En un primer momento me llamó la atención pues no avanzaba él y no dejaba avanzar a los demás. Al llegar donde estaba me fijé que estaba esforzándose por terminar de envolver un regalo. Pareciera ser que a grandes esfuerzos había finalizado su objetivo. Dejé que avanzara y lo observé bien. Se sonó con su mano, afirmó bien el paquetito que llevaba en su mano y siguió su camino. El hombre tenía uniforme de trabajo, tenía el aspecto un poco descuidado y un paso lento, que bien podía pasar desapercibido entre la multitud. En realidad se trataba de un hombre como muchos de aquellos que pasan desapercibidos y que nadie nota. Lo más probable es que este hombre no haya sido percibido por nadie en la plaza porque no era de aquellos que llaman la atención por el porte o por su vestimenta. Aunque muchos lo miramos porque era más bien un obstáculo en nuestro camino.
Este encuentro me marcó profundamente y quiero compartir con ustedes una reflexión que surgió ahí mismo en la plaza.
Al ver a este hombre, al ver su aspecto descuidado y cansado, su paso lento, su empeño en envolver ese paquetito de regalo y el cuidado con que lo llevaba, Dios me habló y mi corazón se estremeció profundamente. Al principio no lo entendí muy bien, pues no dejé de mirarlo, en realidad no lo miraba, lo contemplaba. Todo su ser me hablaba, y muchos sentimientos brotaron en mí. Me pregunté: ¿Qué tiene él que me llama tanto la atención? Y, poco a poco, el Señor me dijo: "Es pobre, valora lo que tiene y es feliz con eso". El Señor me seguía hablando: "Mira su humildad al caminar. ¿No sientes envidia? Mira su paso lento y tranquilo. Mira las demás personas, cada cual con preocupaciones, pero cada cual poniéndole más empeño y a veces disfrazando su realidad con el lujo, la apariencia y las caretas. ¿No sientes envidia y ganas de ser como él?".
No es el primer encuentro de esta manera que tengo en la calle, ni es la primera persona que me interpela o me habla de mi mismo y de quién soy o de quien quiero ser. Pero fue una experiencia tan hermosa que la he querido compartir con ustedes. Al contemplar la pobreza, el paso lento, la humildad y el trabajo de envolver un "roñoso" paquete de regalo, dejé que Dios me hablara; y con humildad puedo decir que me falta mucho para vivir más tranquilo, para caminar en paz, para ser más pobre, para ser más humilde. Me quedé un rato parado... la luz del semáforo ya estaba en verde y, sin embargo, yo seguía ahí de pie como "pegado" en la escena. Luego, me sentí muy contento y me dije a mi mismo: "Yo quiero ser como él". Y seguí mi paso muy contento por tan hermosa oportunidad que Dios me regaló.
El Señor me mostró de una manera tan sencilla que se puede ser feliz con poco y, que la felicidad no depende de las apariencias; que deseo desde el fondo de mi corazón que lleguemos a vivir la experiencia de querer despojarnos de cuanto no nos permite ser felices. Ojalá no rebusquemos tanto las cosas y no le echemos la culpa a la vida, a la sociedad, a nuestra historia, etc. Pues en lo poco, en lo cotidiano, en lo pequeño Dios está presente y a veces basta tan poco para ser feliz y vivir tranquilo.
Señor, danos ojos para ver y contemplar.
Un abrazo
P. Paulo
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