Hoy en la mañana, llegando a la plaza de Viña del Mar (Chile), un hombre entorpecía el paso expedito de quienes transitábamos por la vereda. En un primer momento me llamó la atención pues no avanzaba él y no dejaba avanzar a los demás. Al llegar donde estaba me fijé que estaba esforzándose por terminar de envolver un regalo. Pareciera ser que a grandes esfuerzos había finalizado su objetivo. Dejé que avanzara y lo observé bien. Se sonó con su mano, afirmó bien el paquetito que llevaba en su mano y siguió su camino. El hombre tenía uniforme de trabajo, tenía el aspecto un poco descuidado y un paso lento, que bien podía pasar desapercibido entre la multitud. En realidad se trataba de un hombre como muchos de aquellos que pasan desapercibidos y que nadie nota. Lo más probable es que este hombre no haya sido percibido por nadie en la plaza porque no era de aquellos que llaman la atención por el porte o por su vestimenta. Aunque muchos lo miramos porque era más bien un obstáculo en nuestro camino.
Este encuentro me marcó profundamente y quiero compartir con ustedes una reflexión que surgió ahí mismo en la plaza.